sábado, 7 de enero de 2012

Meditar cambia el Cerebro



Muchas personas que practican la meditación relatan el bienestar que encuentran. Los científicos empiezan a creer que, al igual que se ejercitan los músculos, se puede llegar a entrenar el cerebro y cambiar la estructura

Cada vez hay más indicios de que el estado introspectivo de la meditación puede promover grandes cambios. Desde hace un tiempo, los neurólogos y el mismo Dalai Lama colaboran para averiguar los efectos de esta práctica sobre el cerebro. En el mundo hay en marcha 120 proyectos de investigación relacionados con los efectos de la meditación, según el registro de Clinicaltrials.gov, la base de datos mundial que recoge los ensayos clínicos financiados por los institutos nacionales de salud de los Estados Unidos. Son estudios que han observado los efectos beneficiosos de la meditación en personas con cáncer, enfermos del corazón, estrés postraumático, insomnio y adicciones. La meditación no cura, pero los resultados de muchos de estos trabajos demuestran que su práctica tiene un papel a la hora de reducir la respuesta a situaciones estresantes que, finalmente, se traduce en una mejora física. No hay consenso en el tema, pero se cree que se pueden notar los efectos si se practica entre 20 y 40 minutos al día.

No hablamos de un bienestar momentáneo, sino de cambios en el cerebro que hacen ver (y vivir) la vida de otra manera. Estos efectos neurológicos les ha estudiado a fondo Richard Davidson, de la Universidad de Wisconsin, que lo investiga con los monjes tibetanos y que cuenta con el apoyo del mismo Dalai Lama. Mediante técnicas de diagnóstico por la imagen, ha conseguido introducirse en el cerebro de más de una docena de monjes tibetanos que hace entre 15 y 40 años que meditan ocho horas diarias (en total, acumulan entre 10.000 y 40.000 horas de meditación) . El investigador ha podido ver que la estructura y configuración del cerebro de estos auténticos “atletas cerebrales” -así los llama- es diferente a la de las personas que no meditan.

¿Cuáles son los cambios en el cerebro de los grandes meditadores? Nuestro cerebro es un entramado complicado en el que las neuronas se comunican formando circuitos, que utilizan elementos químicos, como los neurotransmisores y la electricidad. Ciertos procesos neuronales en los que interviene la producción de ondas gama están más coordinados en el cerebro de las personas que meditan más horas. Esta sincronía no es habitual y se traduce en una mayor eficacia en tareas cognitivas como atender, aprender o utilizar la memoria de trabajo.

También se han observado cambios en los circuitos del cerebro involucrados en el procesamiento de las emociones. La ínsula es una de las estructuras del cerebro donde observaron más actividad en los monjes budistas que en las personas que no meditan. Tiene un papel clave en la representación y la detección de las emociones, así como en las respuestas corporales como el aumento del latido del corazón o de la presión arterial. Y cuanto más tiempo se dedica a la meditación, más intensa es la activación de esta zona. Los investigadores también han observado cambios en el lóbulo prefrontal, que tiene un papel clave en la capacidad de empatía y de percibir el estado mental y emocional de los demás. Los investigadores sugieren que los buenos sentimientos se pueden entrenar.

En otros estudios en pacientes con dolor crónico que practican la meditación hechos por la Universidad de Manchester han demostrado otros cambios en el córtex prefrontal involucrados en los mecanismos que, a nivel neurológico, intervienen en la reaparición del dolor. Si se entrena el cerebro para vivir el presente se evita que anticipe eventos negativos futuros. Esto explica que se observen menos recaídas en personas con depresión crónica.

La meditación se puede traducir en emociones, y los cambios en las emociones inciden sobre el resto de la salud. Los expertos creen que alrededor del 25% de todas las patologías tienen una base u origen psicosomático. Es decir, que o bien están originadas por nuestras emociones o, al menos, nuestras emociones hacen que la enfermedad empeore o mejore.

Las enfermedades psicosomáticas atacan, sobre todo, el aparato digestivo, la piel y el sistema cardiovascular. Se manifiestan a causa de emociones como la ansiedad, la ira o la angustia. Cuando lo que ocurre en el entorno provoca emociones negativas, la activación del cerebro cambia. Se liberan neurotransmisores como la noradrenalina o la serotonina, necesarios para muchas funciones del cerebro, en una cantidad adecuada. Cuando hay un exceso, pueden alterar el equilibrio del cuerpo y provocar respuestas negativas. Si no se resuelve la situación de emergencia o la manera en que el individuo la afronta la dolencia, la enfermedad se cronifica.

Las emociones positivas generan sensación de alegría y nos refuerzan. Las negativas nos debilitan. Hay una somática positiva, con una respuesta orgánica que mejora la salud general. Enamorarse, sentirse motivado por el trabajo, disfrutar de una buena comida o de la compañía de otros estimulan la misma zona del cerebro, el circuito placer-recompensa. Hacen que liberamos un neurotransmisor, la dopamina, que genera esa sensación positiva que se traduce en un bienestar general.

También ocurre cuando somos amables, aunque la situación que vivamos sea en principio negativa y estresante. Ante la adversidad, con una actitud positiva también se obtiene una respuesta social positiva. Por este motivo, cada vez es más frecuente que los profesionales de la salud recomienden la práctica de la meditación a muchos enfermos.

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